Comparto con ustedes mis fotos macro de la naturaleza y textos que hablan algo del mismo tema.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Autumnal

En las pálidas tardes
yerran nubes tranquilas
en el azul; en las ardientes manos
se posan las cabezas pensativas.
¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños!
¡Ah las tristezas íntimas!
¡Ah el polvo de oro que en el aire flota,
tras cuyas ondas trémulas se miran
los ojos tiernos y húmedos,
las bocas inundadas de sonrisas,
las crespas cabelleras
y los dedos de rosa que acarician!

En las pálidas tardes
me cuenta un hada amiga
las historias secretas
llenas de poesía:
lo que cantan los pájaros,
lo que llevan las brisas,
lo que vaga en las nieblas,
lo que sueñan las niñas.

Una vez sentí el ansia
de una sed infinita.
Dije al hada amorosa:
--Quiero en el alma mía
tener la aspiración honda, profunda,
inmensa: luz, calor, aroma, vida.
Ella me dijo: --¡Ven!-- con el acento
con que hablaría un arpa. En él había
un divino aroma de esperanza.
¡Oh sed del ideal!

Sobre la cima
de un monte, a medianoche,
me mostró las estrellas encendidas.
Era un jardín de oro
con pétalos de llama que titilan.
Exclamé: --¡Más!...

La aurora
vino después. La aurora sonreía,
con la luz en la frente,
como la joven tímida
que abre la reja, y la sorprenden luego
ciertas curiosas mágicas pupilas.
Y dije: --¡Más!... Sonriendo
la celeste hada amiga
prorrumpió: --¡Y bien! ¡Las flores!

Y las flores
estaban frescas, lindas,
empapadas de olor: la rosa virgen,
la blanca margarita,
la azucena gentil y las volúbiles
que cuelgan de la rama estremecida.
Y dije: --¡Más!...

El viento
arrastraba rumores, ecos, risas,
murmullos misteriosos, aleteos,
músicas nunca oídas.
El hada entonces me llevó hasta el velo
que nos cubre las ansias infinitas,
la inspiración profunda,
y el alma de las liras.
Y lo rasgó. Allí todo era aurora.
En el fondo se vía
un bello rostro de mujer.

¡Oh, nunca,
Piérides, diréis las sacras dichas
que en el alma sintiera!
Con su vaga sonrisa:
--¿Más?... --dijo el hada. Yo tenía entonces
clavadas las pupilas
en el azul; y en mis ardientes manos
se posó mi cabeza pensativa...

Rubén Darío

domingo, 18 de septiembre de 2011

Rose Parade

They asked me to come down and watch the parade
To march down the street like the Duracell bunny
With a wink and a wave from the cavalcade
Throwing out candy that looks like money
To people passing by that all seem to be going the other way
Said won't you follow me down to the Rose Parade?

Tripped over a dog in a choke-chain collar
People were shouting and pushing and saying
Traded a smoke for a food stamp dollar
Ridiculous marching band started playing
Got me singing along with some half-hearted victory song

Won't you follow me down to the rose parade?
Won't you follow me down to the rose parade?
Won't you follow me down to the rose parade?

The trumpet has obviously been drinking
'Cos he's fucking up even the simplest lines
They say it's a sight that's quite worth seeing
It's just that everyone's interest is stronger than mine
When the clean the streets I'll be the only shit that's left behind

Won't you follow me down to the rose parade?
Won't you follow me down to the rose parade?
Won't you follow me down to the rose parade?

Elliot Smith

domingo, 11 de septiembre de 2011

El Barón Rampante

...La encina estaba cerca de un olmo; las dos copas casi se tocaban. Una rama del olmo

pasaba a medio metro por encima de una rama del otro árbol; le fue fácil a mi hermano

dar el paso y conquistar así la cima del olmo, que no habíamos explorado nunca, pues era

de horcadura alta y difícil de alcanzar desde el suelo. Ya en el olmo, buscando siempre

una rama que pasara muy cerca de las ramas de otro árbol, se pasaba a un algarrobo, y

luego a una morera. Así era como veía avanzar a Cósimo de una rama a otra, caminando

suspendido sobre el jardín.

Algunas ramas de la gran morera llegaban hasta la tapia de nuestra villa y la

sobrepasaban; del otro lado estaba el jardín de los de Ondariva. Aunque éramos vecinos,

no sabíamos nada de los marqueses de Ondariva y nobles de Ombrosa, porque al

disfrutar ellos de ciertos derechos feudales sobre los que nuestro padre se jactaba de

tener pretensiones, un odio recíproco dividía a las dos familias, así como una tapia alta

que parecía el muro de un castillo dividía nuestras villas, no sé si mandado erigir por

nuestro padre o por el marqués. Añádase a esto el celo con que los Ondariva rodeaban

su jardín, poblado, por lo que se decía, de especies de plantas nunca vistas. Y en efecto,

el abuelo de los actuales marqueses, discípulo de Linneo, había removido toda la extensa

parentela que la familia tenía en las cortes de Francia e Inglaterra, para hacerse enviar las

más preciadas rarezas botánicas de las colonias, y durante años los navíos habían

desembarcado en Ombrosa sacos de semillas, haces de esquejes, arbustos en macetas,

e incluso árboles enteros, con enormes envoltorios de panes de tierra en torno a las

raíces; hasta que en aquel jardín crecieron - decían - una mezcla de selvas de la India y

de América, si no de Nueva Holanda.

Todo lo que podíamos ver nosotros eran las hojas oscuras de una planta recién

importada de las colonias americanas, la magnolia, que asomaban por el borde de la

tapia, y de cuyas ramas negras brotaban unas carnosas flores blancas. Desde nuestra

morera Cósimo saltó a lo alto de la tapia, dio algunos pasos manteniendo el equilibrio y

luego, sosteniéndose con las manos se descolgó al otro lado, donde estaban las hojas y

las flores de la magnolia. Desapareció de mi vista; y lo que ahora diré, como muchas de

las cosas de este relato de su vida, me las refirió él mismo después, o bien las obtuve de

testimonios dispersos y conjeturas.

Cósimo estaba en la magnolia. Aunque de ramas compactas, este árbol era practicable

para un muchacho experto en toda clase de árboles como mi hermano; y las ramas

resistían su peso, aún cuando eran no muy gruesas y de una madera tan blanda que

Cósimo las pelaba con la punta de sus zapatos, abriendo blancas heridas en el negro de

la corteza; y envolvía al muchacho en un fresco perfume de hojas, cuando el viento las

movía, y el verdear de sus caras ora era opaco, ora brillante...

Italo Calvino